F. Álvarez | Fuente original: elmundo.es | 22/10/2012
Los jóvenes que hacen botellón cada vez se inician antes y toman más alcohol. Comienzan a beber a los 13 o 14 años y con bebidas de alta graduación. El 40% admite que con el botellón busca conscientemente emborracharse. Ignoran que el alcohol puede alterar el desarrollo del cerebro.
Una actividad frenética invade plazas, zonas verdes y aparcamientos de toda España durante las madrugadas del fin de semana. Centenares de jóvenes se reúnen en torno a una multitud de bebidas y refrescos en una ceremonia de alcohol y desenfreno. En los "botellones" cada vez se bebe más y a edades más tempranas. Y los adolescentes desconocen sus efectos.
Éstas son algunas de las conclusiones del estudio que científicos de tres universidades (la Universitat de València, la Jaume I de Castellón y la Miguel Hernández de Elche) han desarrollado desde hace cinco años y en el que establecen un perfil de los consumidores.
El artículo, publicado por The Spanish Journal of Psychology, concluye que los adolescentes entre 14 y 18 años beben tanto como los universitarios a pesar de que la venta de bebidas alcohólicas a menores de edad está prohibida.
Con la colaboración de centros educativos y universidades, los científicos han recogido datos de 6.009 jóvenes de 14 a 25 años en tres ciudades españolas (Valencia, Castellón y Alicante). "El 73% reconocía que hacía "botellón" pero para este trabajo seleccionamos únicamente aquellos con episodios de consumo intensivo, alrededor de un 30%, explica Begoña Espejo, investigadora principal de este estudio en la Universitat de València.
El 40% quiere emborracharse
¿Pero qué se entiende por un consumo intensivo? "En los hombres, alrededor de 60 miligramos de alcohol (tres cubatas), 40 mg para las mujeres, en el plazo de dos horas. Lógicamente siempre que se realice con cierta regularidad: una o dos veces por semana, de forma constante durante meses", apunta Espejo.
La investigación arroja que el 40% de los jóvenes encuestados busca conscientemente la borrachera. Es decir, quiere perder el control. Y en este grupo, quienes todavía acuden al instituto no son, precisamente, una excepción.
"Hemos observado que los universitarios han tenido una progresión de menos a más. Cuando eran adolescentes bebían menor cantidad y en la universidad aumentan el consumo. Sin embargo, los adolescentes de hoy consumen al mismo nivel que los universitarios», subraya esta psicóloga valenciana.
Tras alcanzar la mayoría de edad tampoco se moderan sus hábitos. Según Espejo, se observa en algunos casos una cierta caída en los niveles de alcohol que coincide con el primer año de universidad, justo cuando se establecen los nuevos vínculos de amistad entre compañeros. A partir del segundo curso, sin embargo, se recupera el consumo en el "botellón".
Daños neuronales
La precocidad de los jóvenes hace prever una mayor incidencia de los efectos negativos del alcohol sobre el organismo. Porque mientras los adolescentes que consumen "se iniciaron hacia los 13 o 14 años con bebidas de alta graduación y en grandes dosis, los universitarios comenzaron en su momento entre los 14 y los 15 años, con un consumo relativamente bajo y con fermentados como la cerveza".
La experta advierte de que otros en otros estudios han detectado preocupantes consecuencias a medio y largo plazo: "Se ha observado que el alcohol en cantidades elevadas produce un deterioro neuronal en el desarrollo del cerebro, que es un proceso que continúa hasta los 21 años.
Esto puede derivar en problemas de retención de memoria y de concentración, que dificultan el aprendizaje. Es decir, probablemente se vea alterado su rendimiento en el instituto, en el trabajo, y/o afecte a sus relaciones personales y economía".
Los jóvenes, sin embargo, ignoran por completo estas secuelas. Ni siquiera los universitarios reparan en ello. Según el estudio, tan sólo perciben aquellas consecuencias que aparecen reiteradamente en los medios de comunicación, como el riesgo de accidentes; los problemas relativos a peleas y agresiones o las molestias para los vecinos Y, por supuesto, las cuestiones físicas, como mareos, dolor de cabeza, vómitos, resaca...
Tolerancia al alcohol
A pesar de que sí existe un consumo intensivo, el fenómeno del "botellón" no parece generar dependencia de forma directa. No obstante, según precisa la doctora Espejo, alrededor de un 10% de los encuestados presenta uno de los tres indicadores de la adicción (deben concurrir todos ellos para considerar a alguien lo es): "Este grupo necesita consumir cada vez más alcohol para sentir sus efectos, como la desinhibición, los mareos o la euforia.
Espejo pone el acento en los pretextos que los jóvenes ofrecen para beber de forma intensiva: "La inmensa mayoría, cerca del 80%, lo hacen exclusivamente para divertirse. Beber es el objeto. En todas las franjas de edad se asocia a la diversión.".
A años luz aparecen otras razones, como la economía (afirman que el "botellón" es más barato) o lo que se conoce como control del ocio (por ejemplo, escoger qué música suena o a qué volumen), motivos más habituales entre los de mayor edad.
Los adolescentes, en cambio, alegan aspectos personales para justificar su consumo. "Dicen beber para desconectar, para evadirse, para relacionarse, para atreverse a hacer algo o simplemente porque lo hacen sus amigos", añade la experta.
Cultura en las raíces
A su juicio, la clave de este auge se halla en la cultura del alcohol, muy enraizada en España. "Socialmente beber no está mal visto. Es más, tanto el ocio como las celebraciones se vinculan a su consumo. En un bautizo, en una comunión, todo el mundo bebe delante de los niños. Desde el mismo punto de vista, el éxito de una fiesta universitaria depende de su barra libre", apunta.
Esta investigadora y docente lamenta que muchos padres resten importancia a que sus hijos menores de edad beban en las calles: "A menudo quitan hierro al asunto alegando que ya lo hacían cuando eran jóvenes. Sin embargo, no sólo ignoran las consecuencias de ingerir grandes dosis de alcohol, sino que olvidan que, por ley, ni siquiera deberían tener acceso a estas bebidas".
Los autores del estudio apuestan por una estrategia diferenciada con el fin de reducir el consumo entre adolescentes y universitarios. Para los primeros proponen campañas enfocadas en aspectos como la autoestima y el manejo de las relaciones interpersonales. A los segundos, en cambio, ofrecen alternativas de ocio. Aunque para Begoña Espejo ambos puntos no son suficientes por sí mismos: "Sólo se cambiará el patrón si toda la sociedad se implica de verdad en ello".
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