La investigadora francesa Brigitte Kieffer es
uno de esos científicos que abren la puerta a nuevos territorios. Su
descubrimiento de los receptores de los opiáceos inició un camino que
está dando sus frutos. En el año 1992 descubrió el gen que codificaba
los receptores de los opiáceos y desentrañó los mecanismos por los que
calman el dolor y, a la vez, producen dependencia. Dos décadas después,
nos cuenta, las farmacéuticas trabajan en los primeros ensayos clínicos
con moléculas que alivian el dolor pero no generan adicción. Hablamos
con ella en París, donde recoge el premio L’Oreal-UNESCO 2014 como una las mujeres más destacadas en la ciencia.
Sí, la gente siempre está buscando estar
eufórica, es una tendencia natural. Los humanos siempre estamos
buscando recompensas, porque es parte de nuestro sistema de
supervivencia, basado en la recompensa y el castigo. Es muy básico: si
recibes un castigo no lo harás más, si te gusta lo harás otra vez. A los
animales les pasa lo mismo, no sé si has visto esos vídeos de monos que
se emborrachan… Es natural. Que sea patológico depende de la cultura,
los hábitos, la herencia genética... No todo el mundo se convierte en
adicto. Yo bebo alcohol pero eso no significa que sea alcohólica.
Depende de nuestra personalidad y nuestras vulnerabilidades.
Usted encontró la clave por la que los opiáceos nos calman y crean dependencia.
Sí, nuestros genes codifican las
proteínas que responden a los opiáceos, sustancias que se usan como
analgésicos para reducir el dolor y que también producen euforia. Hemos
aislado esos genes y ahora sabemos qué moléculas están haciendo eso en
el cerebro. Estos receptores están en nuestro cerebro para ayudarnos a
aprender qué es bueno para nosotros, los comportamientos beneficiosos.
Anulan el dolor y regulan nuestro humor y cómo nos sentimos.
¿Qué diferencia hay entre el efecto de los opiáceos y el de las moléculas que segrega nuestro cerebro de forma natural?
Esas moléculas naturales son segregadas
por nuestras neuronas bajo ciertas circunstancias. Si tienes un fuerte
dolor, tus neuronas segregarán endorfinas para reducirla. Si estás
interaccionando socialmente y te lo pasas bien es porque se activa el
sistema. Lo que hacen las drogas es secuestrar artificialmente el
sistema. Es una de las razones por las que tomamos alcohol. Eso no
significa que te conviertas en adicto, pero si consumes demasiado tu
cerebro empezará a adaptarse y a tener disfunciones y cuando no tienes
las drogas sientes la necesidad y entras en un círculo vicioso. Tomas la
droga y entonces te sientes bien, y al final acabas consumiendo para no
sentirte mal y eso es lo que entendemos por adicción.
Se suele decir que algunos
estímulos, como la música, o las redes sociales, provocan adicción de la
misma manera que las drogas. ¿Es correcto?
Es una buena comparación y los
neurobiólogos están tratando de averiguar si el mecanismo es el mismo.
Parece claro que repetir cosas que te hacen sentir eufórico pueden
generar adicción, como el juego, o los adictos al sexo o la comida.
Básicamente lo que haces es que sobreactivas los sistemas y los rompes.
Es un proceso muy similar, lo que pasa es que más difícil de estudiar
porque no se puede estudiar en animales. Una de las cosas que hemos
visto es que nunca puedes curar a alguien de su adicción. Se produce una
modificación irreversible del cerebro y es muy difícil sacar a la gente
de ahí. Es algo que debemos explicar a los jóvenes.
Tener una enfermedad del cerebro ¿será algún día como romperse un hueso?
Con la diferencia de que el cerebro no
lo entendemos y el hueso sí. El hueso lo podemos reparar pero el cerebro
aún no sabemos cómo hacerlo. La neurociencia es el desafío para las
próximas tres décadas. Ahora hay un convencimiento público de que el
cerebro es el siguiente paso, igual que hace unos años era el genoma. El
próximo desafío es comprender la conectividad del cerebro y qué no
funciona bien.
¿Cómo se hizo usted científica?
Era curiosa y se me daba bien la
ciencia. Cuando estaba en la universidad descubrí lo que era el código
genético y cuando lo vi me pareció fascinante. Yo era química y me
encantaba ver esas moléculas interaccionar unas con otras, así que
cuando empecé el doctorado me centré en el cerebro porque me parecía lo
más misterioso. Y me gusta ir hacia lo que no está descubierto. Hay que
mantener el entusiasmo. Si quieres ser científico necesitas tener
sueños, da igual que sean inalcanzables y debes ser extremadamente
insistente. Tener un sueño y trabajar duro.
¿Ha cumplido alguno de sus sueños?
Sí, cuando descubrí el gen de los
receptores de los opiáceos. Es el momento que sueña todo científico,
cuando haces un gran descubrimiento. La sensación dura 30 segundos y
sabes que nunca volverá a ser igual otra vez. No me lo podía creer, así
que repetí el experimento una y otra vez y funcionaba todas las veces.
No sucede en un instante, te pasas dos semanas y el sueño se va haciendo
realidad.
¿Cómo encontraron el gen?
Los receptores de los opiáceos se
conocían como un concepto pero nadie sabía cuáles eran. La única manera
para encontrarlos era aislar el gen, algo que resultaba muy difícil. Yo
seguí una estrategia que nos condujo hasta él que consistía básicamente
en coger una célula que sabes que tiene esos receptores, quitarle todo
lo que sabes que los expresa y ponerlo en una célula que no los expresa.
Y así intentabas encontrar aquellas células que ahora eran capaces de
expresarlo e identificar el gen en su genoma. Una vez que lo conoces,
puedes hacer lo que quieras.
Y después probar qué pasaba con los receptores en ratones.
Sí, piensa que tienes 30.000 genes en el
genoma y codifican casi 100.000 proteínas. Una vez que teníamos el gen,
trabajas con células madre embrionarias y entonces obtienes un animal
que es normal pero le falta ese gen y compruebas qué le pasa. Tienes que
observar su comportamiento y comprender qué significa. Y puedes probar
medicamentos, morfina y ver qué pasa cuando el receptor no está ahí. Y
así puedes identificar qué molécula es la responsable de los efectos de
la morfina.
¿Qué ha cambiado desde que ustedes descubrieron el gen?
Sigue sin haber un medicamento mejor
contra el dolor que la morfina y nadie ha encontrado una morfina que no
provoque adicción porque el mismo receptor está haciendo las dos cosas,
que es lo que hemos demostrado. Puedes desarrollar drogas que activen el
receptor de una manera diferente, están intentando encontrar una manera
de discriminar los efectos sobre el dolor y sobre la euforia. Esta
investigación está en camino y ya hay en los ensayos clínicos moléculas
diseñadas de esta forma. Disminuyen el dolor y no producen euforia.
También hemos descubierto receptores relacionados que tienen propiedades
muy interesantes, y una de ellas es antidepresiva. Hay moléculas para
tratar depresión y esto viene del descubrimiento del gen.
¿Y lo próximo?
Quiero seguir investigando sobre los
otros más de 90 receptores en el cerebro de los que no tenemos ninguna
pista sobre lo que hacen. No sabemos cómo funcionan ni qué hacen. Hay
poca financiación para estas investigaciones tan arriesgadas, para
conseguir dinero debes tener una hipótesis, probar qué vas a hacer y
adelantar incluso qué vas a encontrar. Es muy importante concienciar a
la sociedad de que tenemos que buscar cosas sin más, sin saber qué vamos
a descubrir, porque así se hacen los grandes avances.
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